Revista H.L.
- Por Edgar Becerra Martín
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- 01 may, 2019
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Artículos de viajes y reflexiones sobre la vida móvil.

No sé quien encontró a quien, si el desierto a mí... o yo al desierto.
Nos presentó Hadara.
Día 1: Preparamos nuestra caravana dispuestos a introducirnos en el mayor desierto de arena del mundo, al contrario de aquellos tiempos en que se cruzaba el desierto en busca de pastos, agua y mercancías, nosotros cargamos el jeep, Land Rover que hoy nos hace de camello, como si nos fuéramos a ir a vivir al Sahara, al jardín de Alah.
Salimos de El Aaiún rumbo este por una carretera polvorienta, línea recta hacia el horizonte, a pocos km nos desviamos para seguir unas leves huellas de ruedas marcadas en el suelo. El paisaje cambia totalmente a menos de media hora de conducción, ya decían los tuaregs, vecinos históricos de los saharauis, que pueden distinguir unos 25 desiertos diferentes dentro de ésta, su casa, el Sahara.
Hadara, nuestro guía e intérprete, nos relata el día en que su madre le consideró ya un hombre preparado para largas y duras travesías, e igual que ella en su día nos advierte: “Si estáis decididos a emprender la ruta por el Gran Desierto, cuando sintáis cansancio no lo digáis, si sentís sed o hambre no lo digáis pero si una piedrecita del camino se cuela en vuestro zapato podéis decid que os esperemos para quitáosla.”
El camino serpentea entre innumerables piedras, rosas de Jericó y pequeñas dunas de arena. Nos adentramos en el cauce de un río seco, ahora cubierto de tamariscos y arbustos rodantes o rodamundos, que me recuerdan al conejo de Alicia en el país de las maravillas corriendo de un lado para otro sin tiempo para nada... o con tiempo para todo. El aire se va descargando de calor. Es tiempo de llegar al oasis y montar las haimas.
Nunca antes he estado en un oasis.
Día 2: Nos ponemos temprano en marcha a la búsqueda de los pastores de camellos, principal objetivo de nuestra expedición. A medida en que nos adentramos más y más, la luz peculiar del desierto nos envuelve, nos traspasa y todo cobra un mismo color. Todo hace indicar que hoy tendremos suerte en nuestra misión. Para mí, las huellas que dicen ver se pierden en la arena al igual que el rastro de esos 4.000 soldados persas que desde hace más de 2.500 años deambulan perdidos por el Sahara engullidos en tormenta de arena.
Solo si fuerzo la vista y estoy atento, de vez en cuando puedo divisar pequeños puntos negros escondidos bajo la sombra de alguna acacia. Haimas de pastores nómadas que prefieren la vida alejada de cualquier comodidad, del ajetreo que puede proporcionar la ciudad. Viven de su labor pastoril vendiendo la carne y la leche de camella. Sana y llena de propiedades, sin grasa, contiene una proteína que cuenta con características similares a la insulina que ayuda a controlar la diabetes.
Más adelante en nuestro camino aparece la figura oscura y diminuta comparada con el paisaje que le rodea, de un pastor seguido por sus dromedarios. Camina lento y por su postura se nota que es mayor. Tiene la cabeza envuelta en un lez um, turbante negro y el cuerpo en una foquilla amarilla. No lleva nada más consigo que un palo con cual dirigir a los camellos. Avanza lentamente hacia nosotros lanzando algunas palabras en árabe. Pronto entendemos que tiene sed. Paramos el coche y le tendemos una botella de agua fresca. Mientras sacia su sed, a la sombra que crea nuestro coche, podemos ver sus ojos. Ojos grisáceos, enrojecidos, que nos atraviesan, piel cuarteada por el sol del desierto. Nos da la gracias y la bienvenida al Sahara preparándose a seguir su camino. Insistimos en que se lleve la botella consigo, pero rehúsa diciendo que pesa mucho. Cuando aún su figura no se ha derretido entre el sol y la arena nos indica que le sigamos. Descendemos del 4x4 y caminamos entre la manada de dromedarios: imponentes, con un hablar que estremece, con una mirada que quiere decir algo, rodeado por ellos entiendo y comparto por qué son los animales venerados del desierto.. Llegados al frig (grupo de haimas) comprendo que vamos a pasar aquí la noche. Un buen zamit nos espera, harina tostada de cebada con sabor a dos mantequillas, una de ellas la adhan, mantequilla fundida y colada, que mezclada con la otra mantequilla, la harina y agua caliente se amasa en el gadha, un enorme cuenco, hasta conseguir una masa seca lista para comer. El sabio Sidali Salami, nuestro anfitrión, bromea con que le enseñemos las manos para que nadie haya estado haciendo zamit con nuestras manos sin que nos demos cuenta, como le ocurrió a Shertat.
No lo entiendo bien.
“Cuando se vive en el desierto, cuando se ha observado sus noches estrelladas, o su luna llena, o cuando se han contemplado sus crepúsculos y auroras, cuando se puede escuchar la inmensidad y la intensidad de sus silencios y sonidos, uno termina escribiéndole versos. Uno termina amando el desierto, el nuestro, o sea El Sahara”, me dice Mohamed Salem mientras miramos al imponente cielo de estrellas.
Día 3: Salimos por la mañana después de no tener palabras para agradecer tal hospitalidad cargados, además, con una botella de afaag, el orín de dromedaria, de un olor incluso agradable debido a las plantas de las que se alimentan estas hembras de raza mazazía, muy apreciada por los saharauis. Nuestro tesoro líquido, gracias a las múltiples cualidades, entre ellas anticancerígena, incrementa mi estado de ensoñación. La noche anterior fui acunado por cuentos y leyendas memorizados de generación en generación que los abuelos narran a sus nietos antes de soñar con los ojos cerrados. “Estás en la tierra de los saharauis, allí donde la cultura es conservada con fidelidad en la memoria del pueblo”, me puntualiza Bahia Mahmud. Ahora en el coche quiero hablar con Hadara y que me explique quién es Shertat, Ganfud, Lehbara y muchos más. Pero mi principal pregunta es por él: ¿Por qué levantó tanta expectación y revuelo a su llegada anoche?
Al atardecer empieza nuestro ascenso por la cara norte de la ribera del río para encontrarnos con un desierto un tanto distinto. Aquí las dunas son más grandes y las acacias abundan. Buscamos un hueco protegido del viento entre arboles y arbustos que bloqueen el paso de la arena que lleva consigo. Tendemos la haima amarrando sus cuerdas con piedras, bajo las cuales encontramos diminutos escorpiones. Y a la puesta del sol, con una pequeña hoguera, tomamos el té saharaui, sabiendo que como nosotros mucha otra gente, en este preciso instante, dedica su tiempo a esta tradición.
- El desierto es sabiduría y nos enseña a través de sus leyendas. No solo hay arena y sol, está Ganfud, el erizo, el más listo de todos los animales, Lehbara, la gallina del desierto, animal pacífico mediadora de conflictos, Edib el chacal, engañoso, ladrón y astuto, Enerab, la liebre del desierto, débil y manipulada, entre otros. Sin embargo el personaje más conocido es Shertat que viene a reflejar...
- Pero háblame de ti, ¿quién es Hadara? - le interrumpo.
Cogiendo la tetera por tercera vez de las ascuas, con el rostro iluminado por la intermitencia del fuego donde estamos cocinando el tajine de camello, comienza a contarme la historia más increíble y real que he escuchado nunca. Hadara un pro hombre del Sahara, discípulo del sabio sufí Chej Malainin. “Me conocen como el niño avestruz”. Tras perderse de pequeño de los brazos de su madre fue recogido, cual Rómulo y Remo, por un grupo de avestruces con las que vivió 15 años, “era uno más de ellas, hasta que fui capturado por los humanos de nuevo” me cuenta mientras despliega sus brazos y los mueve como si estuviera con ellas de nuevo. Ésta, su familia alada, fue exterminada del Sahara, primero por los soldados españoles y marroquíes después, que las vieron como una diana perfecta para sus prácticas de tiro.
A Julio Caro Baroja le tuvo que sorprender tanto como a mí.
Por la noche no podemos casi dormir, tenemos que estar atentos para que los cazadores de enerab, que andan cerca, no nos pasen con sus coches por encima ya que la obscuridad del desierto lo engulle todo. Para no dormirme Naha Hmeta me cuenta la leyenda de Shertat y el camello.
- Para qué queréis este camello. Preguntó Shertat
- Para llevar nuestro equipaje –le dijeron.
- No, que lo vamos a comer. Dijo Shertat con hambre.
- ¿Y qué vamos a hacer con el equipaje?
- Lo llevo yo –contestó Shertat.
El equipaje llevaba mantas, agua…
Cuando terminaron de comerse el camello, dijeron:
- Vamos Shertat que vas a llevar el equipaje.
Fueron colocándole todo el material hasta que se quedó una manta sin poner:
- Shertat…¿ahora qué hacemos con la manta?
Y Shertat respondió:
- Ponerla que yo no me voy a levantar. No me voy a levantar.
Ya entiendo quién y qué es Shertat.
Día 4: De vuelta en El Aaiún. Tras tres noches con sus días en el desierto ahora no sé si lo que he vivido es verdad o fantasía.
“Esa es la magia del Sahara” me dicen.

Estuvimos como visitantes en el puente del primero de noviembre, conociendo el estado actual del mundo del caravaning y por extensión todo lo que le rodea implícita o explícitamente.
Cuadrando horarios la semana anterior nos daba lluvias para esos días, pero el tiempo fue magnánimo concediéndonos una tregua para disfrutar de un evento de tal calibre con total tranquilidad.
Siempre es un placer ver y tomar contacto con profesionales, interesados y aficionados a la vida móvil. Buenas conversaciones y anécdotas nos guardamos en la memoria, así como algunas nuevas ideas de diseño en la retina para implementar en futuros proyectos.
Con todo lo positivo que fue el evento donde más salimos reforzados fue en ver las posibilidades de crecimiento que tienen las tiny houses en España. Ninguna minicasa fue expuesta, ninguna empresa, ni nacional ni extranjera, se presentó lo que nos indica que el mercado aún no ha entrado con fuerza en este país, sin embargo sí que percibimos un caldo de cultivo más que apropiado. Joven, quizás en germen, pero con un gran potencial.
En R.H.L. pensamos que es el devenir natural del sector. Una construcción más ecológica, con materiales más sostenibles, diseños más vanguardistas y personalizados, las mismas opciones que las roulottes actuales pero con unos extras añadidos que convierten a las Rolling Houses en el siguiente paso.
Somos realistas y lejos quedan aún esas comunidades de tiny house que han surgido en otras latitudes. Opción de vida, de ocio y de negocio, como primera vivienda, como casa de vacaciones o como esos hoteles donde las habitaciones son casas rodantes de un estilo embriagador que nos atrapó, ¡y de qué manera! en Ohio, EE.UU.
No tenemos que replicar ningún patrón preestablecido, cada una hemos de seguir nuestras propias directrices... pero si es en una Rolling House mejor que mejor.
Nos vemos en la siguiente feria.
Disfrutad de la ruta y divertiros.
Equipo R.H.L.